Pasé un rato en el campamento organizado por los Hijos de Don Quijote para alertar las autoridades sobre la situación de los Sin Domicilio Fijo.
Caminaba con un médico que pasó varias noches en una de estas tiendas instalas al lado del Canal Saint-Martin y que ya conocía a varios «residentes».
Lo que más me llamó la atención fue el deseo de normalidad de las personas que encontré: captar la mirada del otro, saludarle, intercambiar tres palabras, parece poco pero para ellos ya es mucho.
También pude cruzar al líder del movimiento, el famoso Augustin Legrand.
Fui impresionada por la amabilidad de este hombre y la atención que tiene con los demás.
No sé si su iniciativa producirá resultados significativos pero su generosidad por lo menos espabiló mi idealismo y me regaló el sueño de una humanidad olvidada.