Mi refugio estaba en obras así que bajé al bar de la esquina, a almorzar tranquilamente.
Llevaba siglos sin entrar en este sitio porque el dueño y yo no tenemos las mismas opiniones políticas… Pero el vientre ayuno no oye a ninguno.
Total me instalé y pedi el plato del día.
Me hizo gracia contemplar a la clientela: dos africanos extrovertidos, un árabe y un africano callados, dos viejecitas de juerga, dos tamiles reservados, un jubilado cojeando, una doña sola, un artesano portugués, dos peones eslavos, los comerciales ruidosos, la pandilla de «Médicos del Mundo» y yo y mi invitada mestiza…
En otros tiempos el dueño me explicó que estaba de acuerdo con él que quiere devolver Francia a los franceses.
En otros tiempos, le contesté que si así fuera, se perdería la mitad de la clientela.
No sé si llegó a pillar el concepto…
Y hace un par de años también hubiera tenido que presindir de un camarero gallego. En fin. A mi París me parece cada vez más el mundo.