Como cada año, justo antes del 15 de agosto, París se vuelve realmente estupendo.
Tiendas cerradas por vacaciones, parisinos que no volvieron todavía, menos tráfico automóvil, terrazas de cafés repletas de gente… Este toque veraniego me encanta porque invita a disfrutar tranquilamente de la ciudad.
Esta semana, el señor sol nos regaló varios días con una luz de maravilla poco despues del amanecer. Iluminaba los edificios y la ciudad se hizo de verdad muy bonita.
Uno de estos días tuve suerte porque en mi autobus de siempre me tocó una maquinista soñadora y sin prisa. Eso alargó agradablemente mi trayecto y pude disfrutar a gusto de esta luz tan especial.
Pero París no es una ciudad muy adaptada para enfrentar varios días seguidos con más de 30 grados.
Si eso crea folclore en la calle, cuando la gente huye el bochorno de su vivienda para reunirse por la noche alrededor de los bancos públicos, resulta especialmente agotador cuando tienes que usar el metro.
El otro día, la línea 4 te regalaba en un viaje de 15 minutos una auténtica sesión de sauna.
Sábado 15 de Agosto, día festivo.
La ley que permite la apertura de los almacenes los domingos y días festivos fue votada pero todavía no la aprovechan.
El sábado es mi día tradicional de abastecimiento y resultó particularmente complicado encontrar un sitio abierto. Curiosamente el supermercado de la esquina permanecía cerrado mientras el Monoprix más allá funcionaba.
Sesión de compras muy agradable en un sitio con aire acondicionado antes de enfrentar el tremendo calor de la calle.
Mis gatas, que no son tontas, se pasan el día durmiendo y a la noche, cuando llega este airecito refrescante, entablan su sesión de juego.
Mañana toca volver a la oficina para una de las últimas semanas de guardia.
Sólo faltan dos semanas y me marcho de nuevo hacia mis montes preferidos