Me despistaron las últimas previsiones meteorológicas.
El lunes, en teoría, se trataba del día de mucho calor de la semana. En realidad tuvimos un día agradable con una temperatura razonable.
El martes se esperaban chaparrones pero yo no vi ni una gotita de lluvia. (Dicen algunos que mi distracción se vuelve cada día más importante…)
Total dejé de mirar las previsiones y el miércoles casi tuve frío.
Pero eso no duró mucho por que a las 20 una batucada puso el ritmo de un desfile que empezó al lado del ayuntamiento del distrito 18 y se acabó hora y media después en los jardines de Eolo. Allí es donde instalaron un espacio para el tradicional baile de la Fiesta Nacional.
Una carpa para la música, otra para las bebidas y la tercera para la comida… De alguna forma reinventaron una plaza de pueblo en medio de París.
Tras un ratito allí aproveché la magia del velib para trasladarme hacia la plaza de las Abadesas en donde los estudiantes comunistas organizaban otra fiesta. Me alegró la idea que los comunistas se apoderaban del espacio de las abadesas, repitiendo esta oposición de varios siglos que se nota casi en cada esquina de la colina de Montmartre.
Lo cierto es que había muy poca gente en las calles de la colina y resultó un placer pasear por allí.
Al día siguiente celebré la Fiesta Nacional como lo recomienda Brassens: “yo me quedé en la cama igual”. Pero por la tarde pasé en bici por las calles del Marais y me desesperó constatar que los efectos de la ley acerca del trabajo del domingo se extendían a los días festivos. En esta zona obviamente turística, todos los comercios estaban abiertos. Y no creo que los dependientes consiguieron gratificaciones…
Por suerte formaba parte de estos privilegiados que tenían puente y aproveché un viernes soleado para pasear otra vez por las calles del marais pero esta vez caminando. Se nota que ya llegaron los turistas, que todavía no se marcharon los parisinos y que no se acabó el periodo de las rebajas.
De paso encontré la tienda de un “mejor obrero de Francia” a lado del metro Saint Paul y quise probar su producción. La verdad es que los pastelitos que compré eran riquísimos y aunque no formen parte de las especialidades que prefiero, la casa merece una visita. Así que aquí os dejo la dirección: Maison Larnicol, 14 rue de Rivoli, 75004 Paris
Sobra decir que tras probar estos pastelitos, también toca multiplicar los paseos en bici…
El sábado fue cuando muchos parisinos se marcharon de la capital y constaté con alegría que ahora encuentro una mesa sin problemas en varias terrazas que aprecio mucho…
Hoy el tiempo no daba para controlarlas metodicamente pero dentro de unos días seguro que os cuento más.
Tomo nota de la Maison Larnicol, a ver si en octubre puedo comprobar lo buenos que están esos pasteles. Mientras tanto, piensa qué se te ofrece de por aqui (¿un poco de queso manchego, tal vez?)