Ya empezaron las vacaciones escolares de noviembre. En mi instituto, son muchos los que pidieron unos días y para los demás, no hay tiempo para aburrirse…
El miércoles, al atardecer, noté con sorpresa una larga cola delante de la tienda de disfraces del bulevar Voltaire y me contaron que pasaba lo mismo en la tienda del bulevar Beaumarchais. Tras un relativo desinterés, parece que la gente vuelve a celebrar Halloween. No sé si corresponde a la necesidad de cambiarse las ideas, pero esta celebración no deja de asombrarme.
El día de Todos Santos, constaté una vez más que son cada día más numerosos los comercios que no respetan los cierres de los días festivos. El frutero, como muchos comercios de alimentación, estaba abierto por la mañana. Pero varios supermercados y tiendas de mi barrio permanecieron abiertos todo el día.
La sorpresa del día vino del cielo, con un episodio muy corto pero muy impresionante de granizo
Por suerte, el sol reapareció poco despues y la dueña de la bici pudo seguir con su máquina.
Yo aproveché el puente para pasar dos días en mi campamento borgoñón y constaté que allá también habían celebrado halloween. Pero una colección de calabazas y de fantasmas de todas clases en medio de la nada tiene más impacto que en el torbellino parisino.
Y por lo menos allí, tienen conversaciones muy serias acerca del próximo fin del mundo…
De vuelta a París, hice un micro paseo por la colina de Montmartre. Constaté con perplejidad que son muchas las tiendas que imponen la boina de pintor a sus dependientes. Me deleité al escuchar algunos comentarios de visitantes ojeando las viviendas de la colina…
Pero la gran noticia del día es que los restaurantes por fin desmontaron sus terrazas de la plaza du tertre. Durante unos meses, será de nuevo la plaza de los pintores…