Quise aprovechar el tiempo suave de los últimos días para hacer unos recorridos entre semana.
Para empezar, hice un largo camino entre la plaza de la concordia y la colina de Montmartre.
Si uno quiere tener una idea del auténtico lujo parisino, refinado pero sin ostentación, recomiendo pasar por la calle Cambon. Relativamente discreta, esta calle alberga tiendas de alta costura así como hoteles y restaurantes de categoría… y algunos escaparates son realmente muy bonitos.
Luego pasé por la zona de los grandes almacenes y constaté que por allí todo esta listo ya para los preparativos navideños.
Luego la calle Blanche me llevó tranquilamente rumbo arriba hacia la zona de las abadesas y me perdí en el barrio de Montmartre 🙂
Aproveché otra tarde corta para visitar una tienda de jardinería en busca de una maceta para colgar y me encontré en medio de la típica instalación navideña con pinos incluidos. Me escapé corriendo de este templo del consumo y seguí caminando por la orilla del Sena rumbo a la estación de Lyon.
Si ya pasé varias veces por esta zona de París, nunca fue de noche y como no había prisa, me deleité un rato contemplando el reflejo de los edificios iluminados de la orilla derecha en el rio. Pero esa sensación cambió completamente al mirar los nuevos edificios de oficinas de la orilla izquierda. Sus amplias fachadas de vidrio desvelan todos los espacios interiores y no dejan la más mínima intimidad a los oficinistas.
Si algunos intentaron humanizar el espacio instalando algunos vegetales, no compensa la mala sensación que uno tiene al contemplar estos animalitos humanos encerrados en sus cajitas de vidrio… Y además se sabe enseguida quien se marchó más temprano que los demás…
En fin…
Me refugié en uno de los autobuses que camina rumbo a mi casa e intenté olvidar esta pesadilla…