Llevaba siglos con las ganas de participar a un mercadillo entre los vendedores y ese domingo fue cuando lo hice por primera vez 🙂
El tema parece sencillo pero la verdad es que se necesita bastante anticipación para conseguir el derecho de ocupar dos metros de acera.
Para empezar es preciso identificar a los organizadores y apuntarse con mucha antelación (uno o dos meses) para conseguir un sitio interesante. Por suerte una conocida se encargó de los trámites administrativos y como se trataba de conseguir dinero para una asociación, me invitó muy fácilmente.
Luego, y con dos o tres semanas de antelación, empieza la selección de los objetos para vender.
Tuvimos varias charlas para definir lo que presentaríamos. Descartamos las prendas muy difíciles de vender por la cantidad de ofertas baratas que se ven en el barrio. Excluimos los viejos equipos informáticos pero seleccionamos varias colecciones de vasos y jarras en la bodega de la asociación.
Yo exploré mi cajón de bisutería y mi reserva de cursilerías, añadí un aguayo olvidado, dos mecheros inútiles, un mantel improbable y puse todo en una maleta. Añadiendo donaciones de todas clases, llegamos a una bonita colección de trastos, perfecta para cualquier brocante callejera.
Por suerte la conocida despierta temprano y se encargó de instalar los elementos principales a las siete de la mañana. Yo pude llegar sobre las diez e instalé enseguida el contenido de mi maleta.
Como ya lo había constatado al recorrer los mercadillos de primavera, existen dos tipos de muestrarios: los que proponen amontonamientos de trastos y los que presentan una selección de objetos. Lo bueno es que cada tipo de presentación tiene sus aficionados.
Como no teníamos millones de cosas por vender, cuidamos las presentación.
La primera cosa que vendí fue mi maleta. Total no había más remedio que vender todo lo que contenía.
Luego fueron siete horas atendiendo a un sucesión ininterrumpida de parroquianos regateando cualquier detalle…
Entre las curiosidades, conseguimos vender: un foco de cine, un cubrecama de peluche y una caja de madera para botellas de vino…(sin botellas)
Despedimos a algunos clientes demasiado insistentes, regalamos gangas a otros, más simpáticos.
Al final la asociación recuperará casi 300 euros y yo pasé un excelente rato.