El otoño ya está llegando y para prepararnos el cielo nos regaló una serie aleatoria de chubascos y claros. Cuando salgo de casa, la noche todavía está despidiéndose y tarda cada día más para hacerlo.
A estas horas se ve poca gente en la calle. Las prostitutas esperan a los clientes de la madrugada. Los barrenderos recogen las huellas de los desórdenes de la velada y los naufragos de la noche, acurrucados en sus precarios refugios, intentan dormir un rato. En esta ciudad todavía dormida, los comercios de comida y los bares son los primeros lugares que cobran vida. Luego despiertan las zonas de obras y, más tarde, viene la hora de apertura de las tiendas de todas clases. Pero yo ya estoy trabajando…
Lo bueno de los chubascos es que limpian el aire de la todas las partículas de contaminación. Total, por la noche, enfrenté los 65 metros de la colina de Montmartre para admirar el panorama y no me decepcionó : las luces de la ciudad se veían con una nitidez impresionante.
También aproveché un claro para visitar al tintorero de la calle Piat. Por lo visto, a este señor le encantó la calidad de la camisa que le confié y me la devolvió transformada por un magnífico color violeta.
Entre los descubrimientos de la semana tocal mencionar el hotel Aristide, dedicado a los «felinos urbanos» y la casa en donde nació Emile Zola. Y constaté con alegría que la fuente de la plaza Stravinsky funciona de nuevo.
Muy cerca de mi casa, había una larga cola delante de la puerta de la asociación Francia tierra de asilo. Las indecisiones europeas resultan muy difíciles de entender para estos valientes viajeros que enfrentaron mil peligros para escapar de la guerra o de la miseria.
Hoy, día del patrimonio, visité el edificio de los compañeros de los antiguos deberes. Varias obras de presentaciones estabán expuestas y uno de estos señores nos enseñó todos los secretos de la obra que había realizado.
Y ahora toca retormar fuerzas antes de enfrentar una nueva semana de mucho trabajo 🙁