Ultimamente, cuando me marcho de casa por la mañana, me acompaña el canto de los mirlos de mi barrio. El primero se esconde sobre un tejado de la calle Myrrha, el segundo vive en el jardín Leon, el tercero escogió un patio de la calle Saint Luc y el último se instaló en el jardín de la iglesia de Saint Bernard. A veces me paro e intento constestar a uno de estos, repitiendo su última frase pero no tengo mucho éxito. Lo cierto es que un día que empieza con el canto de los mirlos no puede ser totalmente malo 🙂
Esta semana era la última semana de clases antes de las vacaciones de febrero. En el autobús matutino estaba al lado de un grupo de adolescentes, repasando sus cursos antes de una prueba de examen del bachillerato. Se centraban en la construcción europea, convocando varios sociólogos y economistas en medio del proceso y enunciando algunos resúmenes algo escuetos. De repente, mencionaron un nombre pero eran incapaces de recordar quien era este tío. Total solté dos frases para ubicar la obra de este señor. Los mozos me agradecieron pero enseguida me preguntaron como conocía eso. Y cuando contesté que lo sabía por mi compromiso político, se tranquilizaron. Espero que les sirvió la información 🙂
Poco después encontré militares vigilando delante de dos institutos escolares importantes. Por primera vez pensé que estos controles generalizados por el estado de emergencia podían tener una utilidad.
Hoy dediqué un ratito a cuidar las plantas de mi balcón. Si el frío de enero acabó con algunas plantas kalanchoe, parece que estimuló una de mis plantas sedum que ya lleva flores.
Total quise celebrar esta prematura primavera e hice un gran paseo desde la plaza de la nación rumbo al centro Pompidou.
En la calle del Faubourg Saint-Antoine, son muy pocas las tiendas que no respetan el cierre dominical pero hice una parada en la librería « l’Arbre à lettres » en donde compré tres libros : un español, un chileno y un salvadoreño 🙂
En la plaza de los Vosgos, pocas cosas me entusiasmaron en los escaparates de las galerías de arte. Luego en la calle des Francs Bourgeois, encontré un sinfín de gente, invadiendo las tiendas de moda. Al ver eso, pensé que la apertura de los domingos no es un verdadero progreso…
Total para reconfortarme pasé por la pastelería de la calle Rambuteau y luego volví a casa.