Entre los habitantes de mi residencia, contamos con un tomador de sonido que trabaja en la radio nacional gala y tiene el departamento justo debajo del mío. El hombre tiene humor y aprovechamos una mañana soleada para compartir un café en una terraza que se halla cerca del mercado de l’Olive.
Tras unos minutos, constaté que mi compañero se ponía nervioso y cuando le pregunté qué le pasaba me invitó a pasear por el universo sonoro del momento. Yo me acostumbré al rumor de la ciudad así que no me molestan los ruidos comunes. Pero me divertió la idea y empecé a escuchar.
Lo primero que noté fue el ruido de unos tacones en los adoquines.
Poco después una maleta de ruedas, algunos patinetes y varios carros de compras completaron el sonido de la calle.
Desde el otro lado, la puerta automática del mercado añadió un chirrido regular.
Tendría que mencionar también los ruidos de la terraza: móviles que proporcionan coartadas para soliloquios de todas clases, niños que gritan, perros que ladran…
Pero poco después, empecé a percibir los ruidos del local: el rumor de las charlas y, marcando el ritmo de este espacio sonoro, la impresionante cafetera:
toc, toc : vaciar el mango
chic, chic: llenarlo de nuevo
clic: poner en marcha
piuuu: colocar un platillo
cling: añadir la cucharra
Momo: gritar para avisar al camarero
Mi compañero empezaba a sufrir así que abandonamos este sitio de los mil sonidos para caminar por calles de mucho tráfico automóvil.
Cuando llegamos a la residencia, mi vecino me invitó a fijarme en la propagación de los sonidos en nuestra escalera de servicio y la verdad es que es una buena caja de resonancia.
Prometí que seguiría sin tacones y usando auriculares 🙂