Dentro de cuatro semanas, convocarán a los electores para la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Ese día se tratará de elegir a uno de los once candidatos, esperando (o no) que acabe entre los dos de la segunda vuelta.
Pocas veces asistí a una campaña tan caótica.
Un presidente saliente que renuncia a presentarse de nuevo, una primaria de derecha, otra de izquierda, los «pequeños» candidatos de siempre, la rubia de derecha extrema, él líder de Francia insumisa que se presenta por su parte y el extraterrestre Macron, propulsado en la competición por alguna revelación mesiánica.
Y como si fuera poco, un guionista perverso que destila informaciones acerca de algunas prácticas que se parecen a desvío de fondos públicos o tráfico de influencias.
«¿Y qué?» contestó uno de los candidatos…
¡Pues nada!
45% de los electores todavía no eligieron su candidato y las cifras de los sondeos parecen cada día más cuestionables.
Lo bueno de esta situación es que los franceses volvieron a hablar de política. Yo pillo muy a menudo conversaciones acerca de las presidenciales, de las propuestas de los candidatos y de la dificultad de elegir a uno.
Queda claro para todos que la clase política desconoce por completo la realidad cotidiana de los ciudadanos de a pie, pero después de esta constatación no queda más remedio que identificar el compromiso más aceptable.
Si tuviera que escoger una palabra, yo hablaría de desencanto general.
A ver cuales sorpresas nos reserva el guionista diabólico…