Los azares de los sitios de segunda mano provocan a veces unos encuentros improbables. Ese día estaba buscando una alfombra para que mis pobres gatitas puedan tumbarse sobre algo más confortable que un sencillo parqué y tras escudriñar varias páginas de ofertas de todas clases, encontré algo presentable y compatible con mi presupuesto. El anuncio procedía del distrito en donde vivo, así que mandé un mail con la idea de fijar una cita para ver el objeto.
Después de varias horas, me llegó una respuesta con un número de móvil y llamé enseguida. El objeto se hallaba en el otro extremo de mi distrito pero podía viajar en autobus y llegar en menos de media hora. Así que quedamos en la avenida de Saint-Ouen.
Esta avenida corre desde la avenida de Clichy rumbo a la puerta de Saint-Ouen y coincide con el límite entre los distritos 17 y 18. Es una vía de mucho tráfico automóvil pero también comunica callecitas con mucho encanto y todavía tengo muchos lugares por explorar. Pero ese día, no tenía tiempo para eso y fui directamente a la dirección de la vendedora, un edificio de los años 1970-80. Tras superar la prueba de los tres códigos seguidos (calle, escalera y ascensor), llegué a la segunda planta, en donde me esperaban la vendedora y su compañero.
El señor me preguntó si sabía algo de la marca de la alfombra y sentí que estaba listo para explicarme toda la historia de la fábrica. Pero se cortó cuando le contesté que ya tenía otra alfombra de este editor. El objeto era conforme con la descripción y propuse un trato: pagar el precio en efectivo a cambio de ayuda para transportarlo hasta mi casa. ¡Trato hecho!
El señor se llevó la alfombra rumbo a su aparcamiento, la puso en su coche requete nuevo y entablamos el viaje rumbo a mi casa.
Mientras manejaba, dijo que le asombraba la cantidad de vagabundos viviendo en la calle. Le pregunté si llevaba tiempo en este barrio y me confesó que se habían mudados desde unos pocos meses. Me contó que vivían cerca de la muy selecta puerta de Auteuil pero que por los precios de los alquileres ya no podían vivir allí. Y así fue como, buscando el mejor compromiso entre superficie y presupuesto, habían llegado al distrito 18.
Como comentaba que debía de ser un gran cambio, me dejó percibir una parte de su nostalgía de exiliado. Dijo que no le molestaba el alboroto de su nuevo barrio pero que no conseguía acostumbrarse a la suciedad. Y es cierto que las calles del distrito XVI son globalemente mucho más limpias.
Cuando llegamos delante de mi edificio, mi chófer buscó una solución para aparcarse pero le sugerí que hiciera como los demás, parándose en medio de la calle. Le di el efectivo y como lo dejaba en evidencia, al lado del palo de velocidad, le indiqué que era una muy mala idea. Guardó el dinero, me ayudó a sacar la alfombra del maletero y así se acabó nuestro intercambio.
Pocas veces hablé con gente que se sentía tan exiliada en mi distrito tan internacional.