Aproveché los últimos días de vacaciones para seguir explorando los tramos accesibles de la “pequeña cintura” y como uno de mis amigos estaba de paso en París, le embarqué en esta aventura.
Ese día se trataba de visitar el tramo que se halla entre la calle Alphonse de Neuville y la calle de Saussure. Quedamos en la estación de metro Wagram y caminamos tranquilamente rumbo a la calle Alphonse de Neuville. Pero cuando llegamos a la zanja de la “pequeña cintura” no encontramos la entrada.
Seguimos rumbo a la plaza de Wagram en donde tampoco encontramos entrada y fue preciso llegar casi al final de la parte accesible, al nivel de la calle de Saussure, para encontrar una entrada y una escalera.
Con gusto bajamos al nivel de los carriles, y para no perdernos algún detalle, recorrimos metódicamente los 700 metros del tramo.
Lo cierto es que este recinto, abrigado por los árboles, tiene una temperatura más fresca que las aceras. Yo noté varios cantos de pájaros que no se pueden percibir desde las calles por el ruido del tráfico automóvil. Pero también tuve la sensación de que no habían acabado la ordenación del sitio. Por cierto, eso no molesta a los deportistas que corren por la zanja, pero excluye a los niños y a los ancianos.
Al llegar al final de este recorrido, quise enseñar las transformaciones del barrio des Batignolles a mi amigo y entramos en el jardín Martin Luther King.
No sabía que él había vivido en esta zona en los años 1980s, antes de mudarse a Montrouge. Así que no podía imaginar el asombro que sentiría al constatar todos los cambios. Subimos a la plataforma que permite admirar el parque, así como los nuevos edificios construidos en esta zona.
Le impresionó la variedad de los estilos arquitectónicos de los edificios nuevos y sacó varias fotos para comentar esta evolución con sus familiares. También notó la elegante silueta del nuevo Palacio de Justicia, pero no tuvo ganas de acercarse a la torre y de pasar más tiempo en este nuevo barrio.
Abandonamos el jardín y seguimos rumbo a la vieja iglesia des Batignolles. Allí encontramos un restaurante con una terraza sombreada, a salvo del ruido del tráfico automóvil, en donde pudimos almorzar tranquilamente.
Al mirar los demás clientes de este restaurante, me sentí muy lejos de mi barrio mestizado y travieso: treintañeros, algunos con niños, personas más viejas, pero todos blancos, elegantes, y todos con un poder adquisitivo más importante que los de mi barrio.
Al macharnos de este sitio, seguimos caminando rumbo a la estación del Norte en donde nuestros caminos se alejaban. Mi amigo siguió en metro mientas pasaba por el barrio indio.