Ya llevamos dos semanas con toque de queda y eso no tiene mucho impacto sobre la progresión de la pandemia. Así que el miércoles por la noche estábamos esperando con curiosidad las nuevas medidas de este presidente visionario.
Anunció lo que todos temían: une nueva sesión de confinamiento hasta el fin del mes de noviembre (para empezar…). Pero como no se puede parar la economía en cualquier momento, y para que la gente pueda seguir trabajando, decretaron que las escuelas permanecerían abiertas.
Yo no entiendo bien como, con más de 30 alumnos en algunas clases, conseguirán evitar la propagación del virus entre los niños y, por lo tanto, entre familias…
Tampoco resultó muy claro el primer mensaje acerca del teletrabajo que limitaba su aplicación a las personas dotadas del equipo adecuado. El viernes por la tarde, la consigna se volvió mucho más permisiva y parecida a lo que hicimos durante la primavera, teletrabajando con muy pocos recursos y mucha energía…
El jueves al amanecer, hice un largo recorrido alrededor de la colina de Montmartre, antes de conocer a un médico para que me apunte entre sus pacientes. En Francia, el “numerus clausus” en medicina resulta tan barato que encontrar a un médico referente se vuelve cada día más complicado. Mi médica de siempre se jubiló y por suerte aprobé el examen de este nuevo doctor.
Luego empezó un día muy raro, con un equipo esperando aclaraciones que no teníamos acerca de las nuevas medidas de confinamiento. Quedamos en que los que tenían equipos completos de teletrabajo podían trabajar exclusivamente desde casa y para los demás tocaba seguir trabajando normalmente en el instituto.
Después de este largo día de muchos intercambios, volví a casa caminando y me impresionó el atasco gigante que paralizaba el norte de París. La verdad es que, al enterarse de las nuevas medidas, la gente se fue de compras antes del cierre de los almacenes non esenciales, mientras muchos parisinos se marchaban de París para pasar el periodo de confinamiento en zonas más agradables.
Confieso que yo también contemplé esta posibilidad, pero quedarme en París me pareció más sencillo.
Dediqué el viernes a pedir computadoras portátiles extras y configuración de otros equipos. Bien veremos el lunes cómo va la cosa.
Aproveché este fin de semana para recorrer de nuevo los caminos de la primavera.
El sábado, cuando llegué al Sagrado Corazón, los policías estaban instalando sus furgonetas en este “paisaje de postal”, como lo dijo uno de estos señores, al descubrir el lugar.
El domingo, uno de los barrenderos de la madrugada, encantado de encontrarse con tan poca gente en las escaleras del Sagrado Corazón, dijo que se sentía como el rey del mundo. Justo al lado, la plaza de los pintores quedaba abandonada.
A ver cuánto tiempo podré seguir con mis paseos matutinos.