El jueves publicaron un sondeo que me alegró el día: el 60% de los franceses confiesa que hicieron trampa con los certificados de desplazamientos derogatorios, lo cual significa dos veces más que durante el confinamiento de la primavera.
El fraude más común consiste en preparar varios certificados para las salidas de ejercicio físico. Pero también cuentan que los perros del vecindario están agotados porque hay demasiada gente que los lleva a pasear. Recoger a los niños en la salida de la escuela proporciona otro motivo de paseo y no menciono la asistencia a los bisabuelos que viven lejos de la capital y necesitan la presencia de cualquier pariente durante una semanita o más.
Yo comenté esta estadística con varios amigos y siempre llegamos a la conclusión que el 40% extra es el de los mentirosos.
Lo cierto es que esta nueva fase de confinamiento afecta la moral de la gente. Varias medidas parecen incoherentes e injustas y la falta de perspectivas para las fiestas de navidad es una pesadilla extra. Total, las protestas se vuelven cada día más numerosas, desde los comerciantes considerados como no esenciales, hasta los católicos que reclaman misas…
Y mientras tanto la fractura social sigue aumentando. Por un lado, el paro técnico de una parte de la población empieza a tener consecuencias financieras para las familias: se ve cada día más gente durmiendo en la calle y se alargan las colas para conseguir ayuda alimentaria. Por otro, los que siguen trabajando usan y abusan de la posibilidad de recoger pedidos en tienda.
Yo sigo trabajando en mi instituto de siempre y volviendo a casa caminando al atardecer. Espero con impaciencia la reapertura de las tiendas de zapatos, producto obviamente no esencial…
Ayer hice una larga sesión de compras alimentarias y constaté que había gente por todas partes. Por la tarde caminé rumbo arriba hacia el Sagrado Corazón y me asombró la cantidad de gente paseando por la colina de Montmartre o sentada en las escaleras.
Seguí rumbo abajo, pasé por el mercado Saint-Pierre y noté que las tiendas de telas permanecían abiertas. Como ya reservé una segunda gatita, resistir a todas las tentaciones era imprescindible y volví a casa tranquilamente.
Hoy hice el largo paseo matutino que me lleva encima de la colina y me permite contemplar la gran ciudad: mucho viento y poca gente. Luego, tuve que visitar cinco supermercados diferentes antes de encontrar una infusión de jengibre, limón y miel.
Con la llegada de la lluvia quedarse en casa se vuelve mucho más fácil.