Empezamos la semana con las mismas reglas de confinamiento y una encuesta enunciando que la proporción de depresivos en la población francesa alcanza los 20%…
Mientras tanto los pequeños comerciantes, deseosos de no perderse las compras navideñas, empezaron a protestar contra algunos cierres que parecen injustos e incomprensibles.
Así que el presidente galo no tenía más remedio que suavizar el confinamiento y proponer un calendario progresivo de reapertura de los comercios y, más globalmente, de la actividad. Los bares, restaurantes, cines, teatros y museos permanecerán cerrados, pero los demás comercios podrán abrir de nuevo a partir del sábado.
La buena noticia es que los límites de los desplazamientos deportivos fueron extendidos a tres horas en una zona de veinte kilómetros alrededor del domicilio. La verdad es que de tanto rondar dentro del kilómetro que me toca, empezaba a deprimirme. Por suerte, las nuevas reglas me permiten callejear por todos los distritos de la ciudad de las luces.
A modo de anticipo, varias citas “medicales e inaplazables” me dieron la oportunidad de pasear por la orilla del Sena cerca de la Défense. Y el sábado, primer día de los veinte kilómetros, no pude resistir a las ganas de participar un rato a la manifestación contra esta ley que pretende impedir que la gente grabe las actuaciones de los policías.
Como siempre, topé con algunos conocidos, pero preferí abandonar el cortejo rápidamente para seguir paseando por lugares que tenía ganas de ver de nuevo.
Pasé por la calle de Bretagne, en donde los burgueses bohemios del vecindario retomaban el camino de las tiendas. Luego seguí la calle de Reaumur que me llevó a la galería Choiseul en donde constaté con tristeza que varios comercios ya dejaron de existir. En los jardines del Palacio Real, muchos parisinos estaban sentados en los bancos o en el suelo, para disfrutar el sol de la tarde. Luego pasé rápidamente por la galería Vivienne antes de seguir por la calle du Mail y de escudriñar los escaparates de las tiendas de alfombras…
Luego seguí rumbo al norte y volví a casa con más de 25000 pasos en las piernas.
Hoy, el paseo del día me llevó al Arco del triunfo, que se halla a 4,5 kilómetros en línea recta y me costó una hora y pico caminando. A las nueve de la mañana, contemplar la plaza sin coche fue un auténtico placer.
Luego seguí por los Campos Elíseos antes de perderme por el distrito VIII, rumbo a la colina de Montmartre.
No visité ninguna tienda, pero volví a casa con la muy agradable sensación de cansancio que provocan esas caminatas que tanto me gustan.