En marzo del 2020, con tan solo una centena de decesos, el gobierno impuso un confinamiento generalizado durante dos meses. Al final de este periodo, la pandemia parecía vencida y Francia contaba unos 30000 muertos.
Pasaron junio, las vacaciones, la vuelta al trabajo…
A finales de octubre, contábamos 32000 muertos cuando decretaron un confinamiento más lleve que el de marzo, pero con desplazamientos muy reducidos. Añadieron toque de queda a las 20 antes de dejar que la gente pueda celebrar Nochebuena con su familia.
Ahora seguimos con toque de queda a las 18 y hoy Francia cuenta más de 84000 muertos. Si calculo bien, eso significa que desde principio de noviembre hasta ahora, el ritmo de los decesos se parece al de la pasada primavera.
Pero la economía no puede aguantar un nuevo confinamiento… Entonces imponen medidas más o menos pertinentes para limitar la amplitud de esta nueva sesión de pandemia, con la idea que dentro de poco, las vacunas nos salvarán.
En mi instituto de siempre, tuvimos que adaptar nuestra organización para que todas las personas que lo pueden dediquen dos días al teletrabajo.
Mi primer día de teletrabajo me dio la posibilidad de estar al lado de mi gatita vieja que no se sentía bien. En medio día se fue al paraíso de los gatos después de 17 años de amor. Al anochecer, le dediqué un gran recorrido de duelo por la orilla del canal Saint-Martin.
Mi segundo día de teletrabajo también se acabó por un largo recorrido que pasó al pie del Sagrado Corazón sobre las 19.
Pero temo que estos escasos momentos de paseo se vuelvan poco a poco imposibles.
Dentro de poco en mi instituto, no tendremos otra opción que dedicar cinco días al teletrabajo, lo cual limitará considerablemente las posibilidades de desplazamiento.
Vivir en París encerrados, sin tener la posibilidad de disfrutar la belleza de esta ciudad, no tiene mucho sentido.
Así que instalaré temporalmente mi campo base en mi pequeño pueblo de Borgoña y volveré unos días cada semana mientras queda posible.
¡Hasta pronto!