Cuando pasas casi toda la semana lejos de la capital, los pocos días que pasas en París te transforman en torbellino.
La sensación aparece nada más salir de la estación de ferrocarriles cuando te hundes en el metro. Pensabas viajar con poca gente por el toque de queda, pero en realidad son muchas las personas que no respetan esta obligación.
Cuando llegas a tu estación y vuelves a la superficie, constatas que también queda gente en las calles de tu barrio: traficantes, prostitutas, pero también el indio que cuece maíz y algunos solitarios que necesitan charlar. Por suerte, los policías no controlan esta zona y puedes llegar a tu refugio de siempre sin problemas.
Recoger el correo, cenar y empezar a guardar todo lo que dejaste en desorden en tus últimas salidas.
Al amanecer, tu primer acto consiste en hacer la lista de todas las cosas que quieres arreglar mientras estas en París y para superar el vértigo, entablas enseguida tu sesión matutina de teletrabajo, aprovechando las pausas para fregar tres platos o prender la lavadora.
En medio día, menú de deportista con pastas y frutas, un café y ya llega la hora del torbellino.
Pasar por la tienda del indio a quien subarriendas tu aparcamiento, comprar unos congelados para cenar, firmar un papelito en la agencia inmobiliaria, pararte en la farmacia explicando que NO quieres hacer otra vez una prueba de Covid… Y luego meter en un largo recorrida hasta Levallois-Perret, en donde te citaron a las 16.
De paso, aprecias el rayo de sol de la tarde y constatas que son muchos los parisinos que aprovechan este tiempo primaveral para cargar las pilas. En uno de los parques soleados de mi recorrido, los viejecitos del barrio habían invadido todos los bancos disponibles, respetando la distanciación física, y no quedaba ni un asiento libre.
Al salir de mi cita, caminé rumbo a la torre del tribunal de París para contemplarla otra vez y constaté que se halla al lado de las naves de la Ópera de París y de la Comedia Francesa. Esta proximidad me pareció chistosa y demuestra, una vez más, que no hay mucha distancia entre justicia y teatro.
Después de este corto momento contemplativo, el torbellino me llevó a una tienda de bricolaje para comprar unos detalles y aproveché un autobús que pasa al lado de mi casa, para respetar el horario del toque de queda.
Nada más llegar a casa, tocó regar las macetas, hacer algo de limpieza y recoger todos los detalles que quería llevar a mi campamento provincial y que entran en tu maleta…
Al día siguiente, viajas por el autobús de siempre con todo tu equipaje rumbo al trabajo. En el instituto, tienes varias reuniones planeadas y en los intersticios se cuelan todos los que quieren compartir una charla contigo: el teletrabajo y sus enlaces virtuales provocan ansias de contactos reales. Y no hay más remedios que saciarlas…
A la hora del toque de queda, te vas a la estación para coger el tren que te lleva lejos de París, con todo el cansancio provocado por el torbellino…