Me quedaban varios días de vacaciones de 2020 y tuve ganas de disfrutarlos esta semana.
Manualidades, lecturas, caminatas rurales… No sé cómo surgieron las ganas de viajar a París, pero sé que el jueves por la mañana subí en un tren que me llevó a la capital, con un pretexto aceptado a pesar del confinamiento: “trámite que no se puede efectuar a distancia”.
Confieso que todavía quedaba tiempo para este trámite, pero nadie controló mis papeles, ni en la estación de salida, ni en el tren, ni en la estación de llegada.
Después de varias semanas en mi pequeño pueblo de Borgoña, es preciso adaptarse de nuevo a esta muchedumbre moviéndose por todas partes, “como las moléculas de un gas”. En el metro, casi todos los viajeros llevan la mascarilla puesta, pero aplicar los demás gestos barrera resulta casi imposible.
Al llegar a mi barrio rebelde, con gusto pasé por la tienda de congelados en donde compré mi comida de medio día, antes de llegar a casa.
Nada más almorzar, me libré de este trámite-pretexto, antes de hacer varias compras en las tiendas de mi barrio parisino y de preparar una mochila con los objetos que quería llevar a mi casa de campo.
Desgraciadamente, este modesto programa no me dejó tiempo para subir al Sagrado Corazón y contemplar la Ciudad de las luces. Me fui corriendo a la estación, me subí al tren de vuelta y llegué después de toque de queda. Por suerte, nadie me controló.
No sé cuándo tocará otra escapada parisina, pero la bueno noticia es que ya tengo citas para las sesiones de vacunación contra la Covid en mi pequeño pueblo de Borgoña.
¡Bien veremos si volvemos a la normalidad a partir del 15 de mayo!