La vuelta a la capital fue algo brutal.
Al salir de la estación de tren de Bercy, quise viajar en metro rumbo a casa y me tocó una parada general de la línea por un incidente en Châtelet. No hubo más remedio que seguir caminando rumbo a la estación de Lyon, punto de salida de muchos trenes de cercanía, en donde había una cantidad impresionante de gente recorriendo los interminables corredores que comunican las diferentes líneas… Imagino que se trataba de una frecuentación normal, pero para alguien que suele desplazarse caminando o viajando en un autobús casi vacío, el contraste resultó impresionante.
Por suerte, el itinerario alternativo no tardó mucho y llegué con media hora de atraso.
Al día siguiente con gusto recorrí la larga calle de los Pirineos relativamente fresca por sus numerosos árboles. Si observaron casi mil kilómetros de atascos por las salidas de vacaciones, todavía queda gente en la grande ciudad. Y las malas noticias acerca de una posible cuarta ola de pandemia complican las perspectivas veraniegas.
El miércoles fue cuando empezó lo que llamo “servicio veraniego” ya que la mitad de mis compañeros de trabajo están de vacaciones…
Como siempre en estos casos, tienes que enfrentar a estas personas que quieren acabar con todos sus expedientes antes de marcharse de vacaciones y que olvidaron que los demás también se van…
Por suerte, pude otorgarme una larga caminata para relajarme.
El jueves anunciaban un día de mucho calor y almorcé con una colega en una terraza sombría. En mi instituto de siempre, algunos proyectos complicados provocan mucho estrés entre los unos y desaliento entre los otros. Yo regalé una escucha bondadosa a esta colega y creo que le vino bien…
Acabé la semana laboral con un nivel bastante alto de cansancio y dediqué el fin de semana a sestear con mis gatitas.