Normalmente, abren el pequeño cementerio del Calvario para la fiesta de Todos los Santos, pero este año permaneció cerrado sin explicación. Así que no pude admirar una vez más el molino que decora una de las tumbas escondidas detrás de la puerta de Tomaso Gismondi.
Aproveché la mañana soleada para caminar rumbo al cementerio des Batignolles y contemplar la profusión de flores que la gente suele poner en las tumbas alrededor de esta fecha.
En la entrada del cementerio, había una decena de empleados movilizados para ayudar a los visitantes. En las parcelas se notaba la presencia de las familias, algunas dedicándose a la limpieza anual de una tumba. Yo di una gran vuelta y al mirar las macetas, creo que el color de este año es el amarillo…
Por la tarde quise volver a la vida y visitar el mercado de segunda mano instalado en el bulevar Auguste Blanqui. Intenté jugar al escondite con los chaparrones, pero acabaron con mi impermeable y subí en el primer autobús que encontré, rumbo al norte de París.
El resto de la semana fue dedicado a superar el bajón temporal provocado por el cambio de horario. Mi primera sensación (negativa) fue que ya volvíamos a vivir de noche para unos meses. Pero luego también empecé a contemplar todas las luces del anochecer y volvió la alegría de mirar la ciudad de otra manera.
¡Ahora solo falta que las gatas se enteren de este cambio de horario!