Cuando anunciaron en las noticias que las autoridades temían un caos económico por causa de la extensión de las bajas con el variante Ómicron, yo pensé que se trataba de una exageración. Pero los acontecimientos de la pasada semana me demostraron que el 2022 podría ser peor que el 2021.
Estrenamos el año laboral con dos personas contaminadas, dos recuperadas y otra requisada para acoger a la persona que empezaba ese día…
Yo tengo el pase sanitario y varios modelos de mascarillas. Pero aun así, me alivió constatar que la frecuentación de los trenes de ida y vuelta no alcanzaba la mitad de la capacidad.
Entre mis colegas y mis conocidos, los adultos que tienen niños en la escuela oscilan entre caso contacto, con pruebas positivas, negativas o contradictorias, enfermo, recuperado, con clases cerradas o abiertas, e instrucciones que cambian en cualquier momento… Y entre los demás adultos, también cuento con algunos alternativos opuestos a la vacuna, otros que no quieren renunciar a tomar una copa con los amigos y algunos viejecitos que se esconden lejos de todo contacto “peligroso”.
En medio de este caos, mi semana parisina se limitó a dos días, lo cual resultó muy corto.
Un largo recorrido por el distrito XX me dio la oportunidad de comprar algunos productos que no encuentro en mi pueblo de Borgoña y de paso constaté que la gente no les hace mucho caso a las consignas sanitarias. Otra caminata por el distrito XII confirmó estas sensaciones.
Pronto volví a mi refugio borgoñón, pero la semana que viene, pasaré más tiempo en París.
Seguiré improvisando 🙂