Después de tantos días escuchando las malas noticias acerca de la pandemia, del virus y de sus variantes, tengo ganas de cambiar de perspectiva y de celebrar algunas cosas buenas.
Considerando que el virus apareció por primera vez en París el 24 de enero de 2020, queda poco tiempo para celebrar el segundo año sin contagiarme del covid. Y mientras tanto, las diferentes sesiones de confinamiento me dieron la posibilidad de ahorrar para adoptar dos magníficas felinas.
¡Algo es algo!
Esta semana estuve tres días en París y después de tantos días sin vernos, con gusto compartimos un café entre colegas, formando una amplia elipse en la sala de la cafetería para estar juntos sin olvidar las precauciones sanitarias.
También pude pasear por varias zonas de la capital y, a pesar del frío, entablar la buscada de unos vasos de tamaño adecuado para tomar un café o un licor en mi casa de campo.
El martes visité varias tiendas al atardecer, pero no encontré los vasos que buscaba y tampoco vi a muchos clientes.
El miércoles, primer día de las rebajas, pasé por el centro de la capital en medio día y no noté el frenesí consumista de otras temporadas. Había poca gente delante del Centro Pompidou y muchos coches en los ejes importantes, ya que son muchos los parisinos que evitan viajar por los transportes públicos. Yo seguí rumbo a mi instituto de siempre y encontré los vasitos al atardecer, justo al lado de mi trabajo.
Al día siguiente, mientras esperaba mi autobús de siempre, me paré un rato a contemplar las luces de la gran ciudad.
Al atardecer, otra caminata me llevó a la calle del “Rendez-vous” en donde, de paso, probé una pastelería decepcionante. Luego el frío me quitó las ganas de pararme en la heladería del bulevar de Reuilly antes de tomar el tren rumbo a mi pequeño pueblo de Borgoña.
Si no se equivocaron los epidemiólogos, el ómicron se volverá menos activo dentro de unas semanas. Entonces podré abandonar el teletrabajo y volver a París.