Ya llevo tres semanas oscilando entre París y mi pequeña casa de Borgoña y como prolongaron el teletrabajo obligatorio para tres semanas, creo que tendré que esperar todavía antes de retomar completamente mi ritmo parisino. Y mientras tanto, al salir del trabajo, intento aprovechar mis estancias en la ciudad de las luces.
Así fue como pasé por el bulevar Beaumarchais, al atardecer, con el proyecto de comprar zapatillas calentitas, diseñadas para campamentos en el monte…
A lo largo de mi trayecto, noté que no había muchos clientes en las tiendas, y eso que entramos en la segunda semana de rebajas, con promociones atractivas.
En la tienda que visité, conté tres clientes para dos dependientes. Lo bueno es que me atendieron enseguida y pude encontrar lo que buscaba muy rápidamente. Y esta constatación fue confirmada por las noticias que anunciaron una caída de 30% del volumen de negocio.
De momento nadie sabe si las compras en internet compensan esta caída: unos dicen que se trata de un problema de poder adquisitivo, otros piensan que el confinamiento cambió las ansias consumistas.
Lo cierto es que no tuve mucho tiempo para comprobarlo.
Mis vecinos parisinos se invitaron a casa con una torta de reyes y una botella de champán, y a mí me tocaron el haba y la corona… Y al día siguiente, mis colegas alargaron una reunión y tuve que salir corriendo para no perderme el tren.
Confieso que me cansan estas idas y vueltas. Pero cuando anuncié a las gatas que dentro de poco, volveríamos a casa, noté como un toque de desaprobación…