Este fin de semana tocaba descubrir la zona que se halla al sureste de la plaza de Italia, bautizada barrio chino porque cuenta con una proporción importante de personas procediendo de los países asiáticos.
Si ya pasé muchas veces al lado de esta zona, nunca me atreví a entrar en las tiendas o a visitar la zona comercial situada al pie de los rascacielos bautizados las Olimpiadas. Por suerte conocí a una caminante empedernida que adora este barrio y que aceptó enseñármelo.
Quedamos en la plaza de Italia y el recorrido pasó primero por el parque de Choisy. Allí los altos árboles y la amplia fuente regalan una muy agradable sensación de fresco. Los vecinos ya recogieron todas las avellanas y unas decenas de ancianos comparten una sesión de taichi.
Luego almorzamos en un restaurante asiático bueno y barato, antes de seguir rumbo a las Olimpiadas para tomar un café en una terraza soleada de su zona comercial. De día, el sitio me pareció muy agradable, pero mi guía me confirmó que de noche es otro cantar y que hay mucha inseguridad.
Después de esta corta etapa, subimos en la plataforma sur para contemplar el jardín compartido, totalmente insólito en este entorno de rascacielos, así como el espacio de las Olimpiadas.
Rumbo abajo, pude visitar el templo budista de la comunidad China y contemplar las 18 estatuas que adornan este espacio. Luego volvimos a la zona comercial central en donde el camino de los peatones discurre en zigzag entre las tiendas. Total, resulta muy complicado controlar su entorno por la cantidad de rincones tapados por los macizos vegetales. Además, varias tiendas parecen abandonadas y no hay mucha gente, lo cual refuerza la sensación de inseguridad.
Para tranquilizarme, mi guía me arrastró rumbo a la parte subterránea en donde se ven varias calles, aparcamientos y zonas de entrega. La pintura blanca de las paredes y roja de las puertas compensa la mala sensación de las basuras abandonadas. Y poco antes de volver al aire libre, pude visitar otro templo budista escondido en este mundo subterráneo.
La vuelta al aire libre fue un auténtico alivio y con gusto visité varias tiendas: una de estatuas y objetos de decoración, otra de vajilla, otra de utensilios de cocina. También entramos en el supermercado Tang en donde me impresionó la cantidad de productos que no conocía y el nivel muy bajo de los precios de los productos conocidos.
El paseo se acabó en una pastelería en donde pude probar un pastel de fruta de Durián, curioso tan de sabor como de perfume, pero interesante.
Y debo muchos agradecimientos a mi guía que me quitó una gran parte de las aprensiones que tenía al pasar por este barrio.