Aproveché un atardecer soleado para visitar más detenidamente el parque Kellermann. El tranvía me dejó en la parada de la puerta de Italia y caminé tranquilamente rumbo al Oeste por los bulevares exteriores en busca de la entrada principal del parque.
El nombre del parque apareció encima de una construcción de ladrillos rojos típica de los años treinta y allí es donde se halla la entrada que lleva a la parte superior del jardín.
Esta primera parte es un pequeño jardín francés, simétrico y bien ordenado, con dos alamedas laterales sombrías y un banco también con sombra, idealmente ubicado para admirar el contraste entre la perfección formal de esta zona y el desorden de las construcciones exteriores.
Confieso que no pasé mucho tiempo en esta parte y pronto me dirigí hacia su límite suroeste para contemplar la siguiente terraza.
Alrededor de este estanque circular, varios árboles altos regalan una sombra muy agradable a los que escogen bien su banco o se instalan en el césped para leer, sestear o simplemente disfrutar este trozo de natura.
Luego recorrí los caminos que llevan tranquilamente a la parte inferior, ubicando de paso la entrada que había notado desde la calle unos días antes.
En esta parte, transformaron algunos edificios del parque para crear un espacio bautizado “granja” en donde los niños del vecindario pueden admirar gallinas, conejos, ovejas e incluso cabras enanas. Más adelante pasé delante de la cascada y llegué a la parte inferior.
Esta última parte se parece más a un jardín inglés. El agua de la cascada se convierte en un pequeño y corto río que llega a un estanque en forma de alubia. Y desde la entrada inferior se puede apreciar una bonita variedad de árboles.
Volviendo a la salida superior, eché una última mirada hacia abajo.
¡Quién pudiera tener un parque tan agradable al pie de mi casa!