Unos días atrás anunciaron un frio polar y nieve en la región parisina. Yo estaba a unas centenas de kilómetros de París y si noté que la temperatura bajaba (algo muy normal cuando empieza el invierno), de momento no vi la nieve.
Al llegar a la capital, tampoco noté un frio extraordinario y lo único que me llamó la atención al salir de la estación fue el color blanco de la calzada, probablemente saturada de sal, bajo un bonito sol de invierno.
No había nieve en las aceras, ni en las calzadas…
En mi refugio parisino, el termómetro de mi balcón memorizó temperaturas cercas de cero, pero siempre positivas.
Así que pude aprovechar una mañana de libertad para visitar algunas tiendas, comprar los detalles que había apuntados y saborear una deliciosa torta de reyes cerca de la plaza de la república.
A pesar de ser el primer día de las rebajas, no había mucha gente en las calles o en las tiendas. No sé si los parisinos fueron asustados por las informaciones meteorológicas apocalípticas de las noticias, si ya gastaron todo su dinero durante las fiestas o si los problemas de transportes acabaron con ellos.
Al atardecer, hice de nuevo un largo recorrido hacia el centro de París. En el autobús, el maquinista explicaba que circular se volvía cada día más difícil porque hay obras en cada esquina. Pensaba que sería peor todavía durante los juegos olímpicos, peto también decía que, por la prima oferta, estaría trabajando.
En la calle Saint-Antoine, tampoco noté una gran actividad, pero me encanta ojear los escaparates de esta zona.
Entré en algunas tiendas, pero no pude resistir a la tentación de pasar al lado de la zona de Les Halles y de quedarme un ratito admirando las luces de la gran ciudad…
Al día siguiente, tampoco constaté desordenes creados por el frio. Supongo que la próxima crisis aparecerá con la factura de energía…
¡Hasta pronto!