6h30, calle Caplat. En la primera planta, se ve un pequeño cuarto con luz. Entre sus paredes ocres con un único tubo de cobre que alimenta un modesto lavabo coronado por un espejo, el hombre, ya anciano, acaba de afeitarse. Vida sencilla pero digna, amenazada por el proyecto de rehabilitación del edificio…
17h, al margen de la calle Saint-Antoine, en un callejón sin salida es donde se esconde una pequeña tienda japonesa que propone vajilla tradicional y gatos amuletos. La dependiente apenas habla francés pero te atiende con una cortesía muy japonesa. Entre las centenas de estatuillas, me dejé seducir por este «maneki neko» cuya cara guasona ilumina mi cuarto de baño.
23h. Al margen de la gran ciudad, el centro de la ciudad de Montrouge fue totalmente transformado por la creación de una estación de metro. Ayuntamiento, teatro y plaza con café, el conjunto resulta bastante coqueto.
10h45, el sin domicilio fijo que duerme en el banco al pie de mi edificio aprovecha el domingo para dormir unas horitas extras.
12h, «Al margen del mundo» en el cine Louxor.
Esta película de Claus Drexel presenta a varias personas sin domicilio fijo. Dan la cara, hablan y comparten con el cineasta una parte de su vida nocturna.
Y la cámara yuxtapone imágenes de los lugares más famosos de la ciudad de las luces y las caras cansadas de estas personas que intentan sobrevivir en las aceras de la capital. Y la multiplicación de los planos fijos reforza la sensación que los personajes están estancados en una situación sin solución.
Al fin y al cabo la película es un documental que uno mira con mucho interés. Pero no evita la trampa del esteticismo y la realidad que presenta, aunque dura, resulta algo aseptizada.
El problema de los sin domicilios fijos no es nuevo y los que trabajan con esta población saben que es un tema requete difícil. La crisis económica y el nivel de los alquileres echaron a la calle a muchas personas, incluso a unos trabajadores de pequeño sueldo, y eso complica todavía el tema.
Así que regalar visibilidad a estas sombras que los «incluidos» ya no ven es una conducta generosa pero para nada contribuye a mejorar la situación. Y al despertar el interés de algunos benefactores, incluso puede estropear el trabajo a largo plazo de varias estructuras.
Como dicen en varios lugares: de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno…