Aunque lleve un ritmo demasiado alto en el trabajo, consigo encontrar momentos para disfrutar de mi querida ciudad. Y cuanto más alto el ritmo, cuanto más momentos 🙂
Todo empezó el miércoles en medio día, en una tranquila terraza justo al lado del Père Lachaise, en donde proponen un menú del día por una decena de euros. Eso te quita cualquier bajón…
Al día siguiente hice caminando el largo recorrido desde mi colina preferida hacia mi trabajo. Las luces de la mañana tenían este toque de amarillo que me gusta tanto. Y por la noche di la vuelta de la colina de Montmartre con un amigo en busca de alguna terraza en donde tomar una copa. Tras probar el muy concurrido (y muy ruidoso) hotel Amour y su patio interior, decidimos pararnos en la tranquila calle de Dunkerque.
El viernes ya hacía frio por la noche y tras tomar un vaso de Cahors, ya estábamos casi congelados.
Por suerte el tiempo se volvió muy suave el sábado y pudimos disfrutar un agradable fín de semana soleado.
Como además tocaban los días del patrimonio, había una cantidad increíble de gente en las calles.
El sábado caminamos desde el Père Lachaise rumbo al Centro Pompidou, explorando las tiendas del Faubourg Saint Antoine sin convicción, atravesando la plaza de la Bastille para perdernos por el Marais en donde organizaban visitas en un montón de palacetes.
Pero había demasiada gente para que aprovechemos estas invitaciones.
El domingo me llevó otra vez a la plaza de la Bastille.
Poco tráfico, mucho sol y unas terrazas de café requete concurridas…
Y el placer de percibir una ciudad todavía veraneando mientras se preparan nuevas huelgas y nuevas manifestaciones….