Ya llevo casi un mes de vuelta a la oficina y esta semana por fin pude otorgarme una tarde para pasear.
El lunes por la mañana, ya estaba contemplando el cielo y el precioso azul que viste a partir de Octubre. Pero las nubes de la tarde y el sin fin de temas por arreglar en la oficina me quitaron la chispa vagabunda. Sin embargo por la noche estudié un rato las previsiones de la meteorología y decidí que el miércoles por la tarde, volvería a callejear.
Mi primer etapa fue en uno de los cafés de la plaza de la Nación. Escogí una terraza soleada para esperar a la cómplice convocada a la última hora y tras hacer algunas fotos, seguimos la calle del Faubourg Saint Antoine rumbo a la Bastille.
Esta calle da una buena idea del ineludible aburguesamiento de la capital. Años atrás uno podía entrar en los patios y visitar los talleres de los artesanos. Pero el proceso de rehabilitación privatizó muchos de estos lugares y quedan pocos artesanos. Sin embargo pudimos entrar en uno de estos patios adoquinados rodeados de talleres y eso nos alegró la tarde.
A continuación noté cierta evolución entre las tiendas de ropa hacia una categoría media cuando unos meses atrás se veían cosas más originales. ¿Será que la crisis también pasó por allí?
Atravesamos Bastille y sus olas de coche antes de seguir rumbo a la plaza de los Inocentes, dando vueltas por el Marais.
El auténtico lujo de los paseos entre semana es que puedes apoderarte de algunos sitios requete concurridos en otros momentos. Así fue con la fuente de los inocentes, liberada de las invasiones de los fines de semana.
Luego tocó resolver el problema del día o sea encontrar botas.
El ambiente de las tiendas también cambia entre semanas. Los dependientes desocupados notan más a las clientes que sólo prueban sin comprar y si llegas tras una sucesión de visitas improductivas te toca aguantar su mala leche muy parisina. Pero el tío recuperó la chispa comercial y al final encontré algo parecido a lo que buscaba.
Una tarde caminando hacia el foro des Halles no puede acabarse sin disfrutar de un chocolate vienés en el Père Tranquille.
A veces la vida parisina resulta muy suave…