El hombre, joven, negro, entró en el autobus y se fue a sentarse en la parte trasera.
El conductor, cuadragenario, blanco, no quiso arrancar de nuevo mientrás el joven no presentaba un título de transporte.
Una viajera, sobre los treinta, mestiza, quiso apaciguar la situación: «Señor, esperamos que presente su billete».
El hombre joven se acercó al conductor y entonces empezó un dialogo de sordos.
-¿Qué pasa?, dijo el joven.
-Usted tiene que presentar un título de transporte, dijo el conductor, o pagará una multa si le controlan.
-No tengo título pero tengo dinero y si me pillan, pagaré la multa. Mira aquí tengo mil euros. ¿Hay de sobra no?, y el joven exhibó un fajo de billetes de cincuenta euros
Pero el conductor no quiso entender esta forma de juego y exigió que el joven comprara un billete. Conciliador, el joven puso un billete de cincuenta euros sobre la taquilla.
– No tengo cambio, dijo el conductor.
– No tengo monedas, dijo el joven.
Y así entablaron el segundo round…
Confieso que me cansé del espectáculo, bajé del autocar y seguí caminando. Pero este momento de pura incomprensión me dejó bastante perpleja.
Mil euros corresponden al salario mínimo y representan la mitad de la paga de un conductor. Por este lado es algo concreto que todos entienden.
En cambio en las manos del hombre joven toman un sentido diferente: ¿producto de algún tráfico ilegal? ¿ingresos de la venta de drogas?…
A nadie se le ocurrió imaginar que el hombre joven acababa de vaciar su cuenta de ahorros para comprar un regalo a su novia.
Eso será lo que algunos llaman fractura social…