Los azares de mis actividades profesionales me obligaron a pasar una jornada completa en la zona de la Défense.
La pesadilla empezó al tomar el metro. Llevaba siglos sin pasar por la línea cuatro en las horas punta y no recordaba que había tanta gente…
En la estación Châtelet, en el andén de la línea que lleva a la Défense, también había una cantidad impresionante de gente, pero todos conseguimos entrar en el tren que llegó, amontonados como sardinas en su lata. Y esta sensación no cambió mucho cuando una parte de los oficinistas se paró en la estación Auber.
Al llegar a la estación subterránea de la Défense, seguí el rio humano hasta encontrar una salida rumbo a la explanada.
Allí me esperaba un cielo azul magnífico y la corriente de aire habitual.
Pero el ruido de miles de tacones en el suelo empezó à taladrarme el cerebro así que pronto volví a mi destino del día: el gran Arco, muro sur.
Curiosamente, los controles de seguridad me parecieron muy superficiales y pronto recuperé una tarjeta para subir a la planta 35. Desgraciadamente, el acceso a la parte superior del tejado estaba cerrado, así que no pude contemplar el panorama desde este punto. Pero después de tomar un café, pude descubrir uno de los anfiteatros del arco e instalarme tranquilamente para escuchar las conferencias de la mañana.
La pausa de medio día empezó poco después de las doce y media.
Eso nos dio la oportunidad de descubrir que en cada uno de los dos ascensores no caben más de 17 personas, lo cual resulta totalmente inadecuado cuando sale la centena de personas que estaba en el anfiteatro.
Por suerte, unos participantes conocían bien el edificio e indicaron una solución alternativa.
No tuve ganas de probar el restaurante de la empresa y me escapé corriendo rumbo al centro comercial en donde encontré colas inverosímiles en los puestos de venta de comida. Me paré en un sitio algo apartado y pude resolver el tema del abastecimiento.
Almorcé caminando rumbo al Sena y así fue como encontré un grupo de ejecutivos, con su uniforme de siempre (traje-corbata), jugando petanca en uno de los espacios arbolados. Me asombró la cantidad de espacios ajardinados y algunas esculturas me parecieron realmente bonitas. Pero no sé si podría vivir en este universo de hormigón.
Volví corriendo al anfiteatro y aguanté relativamente bien las conferencias de la tarde.
A las cuatro y media, todos se escaparon.
Yo aproveché el resto de la tarde para meterme en una larga caminata por el distrito XVII.
¡Lo necesitaba para olvidar la vorágine inhumana de la Défense!