Aproveché esta segunda semana de libertad limitada para seguir recorriendo la gran ciudad.
El lunes caminé rumbo al jardín des Épinettes, cerrado por la pandemia. El martes di la vuelta del jardín des Buttes-Chaumont, cerrado por la misma razón y el miércoles tuve la misma experiencia con el parque Monceau.
En esta ciudad cuya densidad de población ronda 21000 habitantes por kilómetro cuadrado, imponer que los jardines permanezcan cerrados se parece a un castigo. Y más aún cuando estos vecinos acaban de vivir casi nueve semanas encerrados en menos de treinta metros cuadrados, superficie mediana que corresponde a cada parisino.
Yo no me quejo porque tengo una superficie más importante, con una logia que me deja ver el Sagrado Corazón. Pero al constatar que prohíben el acceso a los parques y jardines, mientras permiten el acceso a los supermercados o a las iglesias, me cuesta percibir la lógica de los bufones que dirigen este país.
Total, seguí soñando de naturaleza a través de las rejas de los jardines.
Tampoco entendemos el límite de 100 kilómetros para los desplazamientos sin justificante. Y la repetición de la invitación a pasar las vacaciones en el territorio francés para reiniciar la economía empieza a fastidiarme.
Por suerte también se ven algunos elementos más positivos y, para empezar, en mi barrio, una proporción muy importante de la gente que está en la calle lleva una máscara. Por un lado, se ven los que lucen las máscaras fabricadas por los sastres del vecindario y que, a veces, hacen juego con el turbante y la camisa o el vestido. Por otro, se ven los que tienen bastante dinero para comprar mascarillas quirúrgicas desechables. Pero en ambos grupos, la manera de colocar las máscaras no siempre cumple con la norma.
Yo tengo ambos tipos de productos e incluso conseguí la máscara regalada por el ayuntamiento en la farmacia de la esquina. Pero prefiero escoger mis horas de salida para poder caminar sin máscara.
Entre los elementos de preocupación, toca mencionar la situación de todos los negocios que tuvieron que cerrar el 16 de marzo. Si me baso en lo que pude observar al pasar por la calle Saint-Maur, algunos dueños de tienda ya renunciaron y devolvieron las llaves de su local. Otros interpretaron las nuevas reglas e inventaron una actividad compatible. El tercer grupo estaba limpiando, remodelando o pintando la tienda con la esperanza de volver a trabajar el 2 de junio. No sé cuántas empresas tendrán una capacidad financiera suficiente para superar casi tres meses sin trabajar…
En mi instituto de siempre, también estamos preparando la vuelta, con una magnífica orden contradictoria: volver todos al campus ya, pero sólo si nos dan fecha… Así que seguiremos con el teletrabajo unas semanas más…
Y de momento no sé cuándo podré salir de vacaciones ☹