Después de varios meses de restricciones de todas clases, cuanto más difíciles de aguantar cuando vives en una ciudad como la capital francesa, necesitaba escaparme algunas semanas lejos de la agitación parisina.
En mi instituto de siempre, me otorgaron la posibilidad de practicar el teletrabajo desde mi pequeño pueblo de Borgoña, combinando medias jornadas de trabajo y de vacaciones para alargar mi estancia. Así que después de hacer las últimas compras de temporada y de guardar todos los papeles yaciendo en mi escritorio, preparé mi mochila, puse las gatas en sus bolsos de viaje y cogimos uno de los primeros trenes.
Nada más llegar e instalar las gatas en su casa de campo, probé la conexión proporcionada por un vecino y constaté que seguía funcionando y suficiente para el teletrabajo. ¡Uf!
En el pueblo, imponen la mascarilla en la calle principal, en la plaza del mercado y en todas las tiendas abiertas. Pero cuando no estás en estos lugares, puedes respirar libremente…
Con gusto recorrí una pequeña parte del camino de Santiago, contemplando los paisajes de campo. También pasé por la orilla del Loira para empaparme de la energía de este rio tan salvaje.
Ahora solo falta desearles que este maldito virus no arruine estas fiestas…
¡Hasta pronto!