Al volver el lunes por la noche, pude viajar en un tren casi desierto, cumpliendo las distancias físicas recomendadas. Y al llegar a casa, constaté con alegría que el vecino que cuida mis macetas lo hace muy bien.
El martes por la mañana, viaje por mi autobús de siempre y pude contemplar una ciudad dormida, entre lluvia y sol.
Al atardecer, hice andando el largo camino que me llevaba a casa y pude pararme en algunas tiendas para comprar productos alimentarios que no encuentro en otros sitios. Pero lo que más me gustó fue percibir de nuevo el ambiente de los barrios parisinos.
Ese día, las terrazas de los cafés permanecían cerradas, pero los dueños de estos comercios proponían bebidas para llevar, para que la gente recupere la costumbre de chatear al salir del trabajo. En el distrito XIX, los feligreses de algunos locales estaban sentados en las escaleras de las calles que llevan a la calle de los Pirineos…
Se notaba gente impaciente de volver a la vida de antes a pesar del toque de queda a las 19. Mañana, intentarán encontrar una mesa en la terraza y disfrutarán dos horas extras antes del toque de queda.
Yo me paré para comprar estas luces especiales de los días de lluvia.
El miércoles por la mañana, desde mi autobús de siempre, pude constatar que estaban instalando las terrazas de cafés. Sé que muchos comercios volvieron a abrir, pero no tenía tiempo para visitarlo. Eso intentaré dentro de unos días.
¡Hasta pronto!