Después de varios días en un pequeño pueblo bastante tranquilo, volver a casa siempre produce un choque por la cantidad de gente, el ruido y el ritmo de las grandes ciudades. Y cuando llegas un sábado, en medio del mercado semanal cuyos clientes proceden de toda la región parisina, el choque resulta más brutal todavía. Sin embargo, al escuchar la troba de africanos cantando y tocando tambores para obtener monedas, sonríes y recoges la energía regalada a los vecinos.
Luego toca conectarte de nuevo con la gran ciudad, visitando algunos comercios y comparando la variedad y los precios de los productos a los que constataste en el pequeño pueblo. Eso hice ayer para llenar la nevera y para preparar algunas sesiones futuras de bricolaje.
Readaptarse también requiere un largo recorrido en autobús para mirar París desde la ventanilla y visitar uno de los mercadillos del día. Eso hice hoy, viajando con el autobús 38, casi desde un extremo de la línea al otro, y visitando el mercadillo organizado cerca de la puerta de Vanves.
Mañana intentaré sobrevivir a la avalancha de correos electrónicos desde casa.
Pasado mañana, volveré a la oficina y a las largas caminatas que me ayudan a soportar las contrariedades laborales. Y luego seguiré explorando esta ciudad que tanto me gusta.
Continuará…