La semana empezó con un bonito regalo de Doña Naturaleza: un eclipse de luna compatible con mis horarios de sueño. Lo descubrí desde mi autobús de siempre y pude admirarlo desde varios sitios de su recorrido. Cuando llegué a mi instituto, todavía no estaba acabado y pude admirar el fin del eclipse desde mi despacho.
Al día siguiente, Doña Naturaleza nos regaló algo de nieve con los eternos problemas de transportes asociados. Por suerte mi autobús de siempre funcionó para la ida y la vuelta diaria.
El resto de la semana fue más normalito, con frío y llovizna, y pocas ganas de meterme en largos recorridos.
Ayer, quisimos pasear con dos amigos después de almorzar. Pero cuando nos acercamos del bulevar Richard Lenoir, notamos algo de agitación policial y vimos que, a cuatro bocacalles, uno de los desfiles de chalecos amarillos se estaba acercando. Así que acabamos en uno de los cafés del bulevar, para comentar este “acto XI” y el “gran debate” que se parece cada día más a una gran estafa.
Luego la residente del distrito XI volvió a su casa mientras seguía con el otro amigo rumbo al centro de París.
Al atravesar el “Marais”, pudimos constatar que las rebajas tenían mucho éxito, pero no teníamos ganas de pararnos. Y cuando llegó la lluvia nos metimos en el metro en la misma línea, él rumbo al sur y yo rumbo al norte.
¡Hoy amanecí con ansias de sol! Desgraciadamente el cielo no parecía muy clemente, pero subí hacia el Sagrado corazón para tener una idea más global de la situación.
Por cierto, siempre impresiona la vista que uno tiene desde la colina. Pero esta colección de grises resulta un poco deprimente.
Hice un gran paseo sin convicción, visité varias tiendas de bricolaje, pero no hay remedio: hoy es un día para quedarse en casa con un libro y la gata ronroneando.