¡Ya se acabó la tregua navideña!
Pasé casi dos semanas lejos de París y como los precios locales eran más baratos que los de la capital, con gusto pude probar (casi) todos los productos tradicionales en estas fechas. Además, los reyes se portaron muy bien conmigo y me dejaron varias instalaciones nuevas en mi casa de Borgoña.
Volví a París el pasado lunes y retomé el camino de la oficina el martes. Sobra decir que no me dejaron mucho tiempo para retomar el ritmo de siempre.
Estrené este nuevo año laboral visitando la oficina de un alguacil porque tengo que conseguir una firma electrónica. Escogí un profesional cuya oficina se halla en el distrito XI, muy cerca de la plaza de la República, y pedí cita al atardecer. Descubrí un edificio antiguo, con una escalera lastimada por la instalación de un ascensor, y un cartelito precisando que los clientes del alguacil tenían que subir a la segunda planta por la escalera. Después de superar esta primera prueba, encontré la puerta de la oficina, entré y descubrí un cuarto sin ventana, cerrado por una puerta con un cartelito ordenando de entrar sin llamar. Entré y descubrí una pequeña entrada con dos sillas a mano derecha y un pasillo de unos seis metros de largo con un ser humano de pie detrás de una ventanilla al final. El oficinista me atendió, comprobó que tenía hora y me invitó a esperar en una de las sillas de la entrada.
Dos clientes extras entraron y desaparecieron mientras escudriñaba el cutre local del alguacil, recordando las situaciones mencionadas en algunas novelas de Balzac.
Después de un rato, el alguacil me llamó y entramos en una oficina invadida de expedientes. El hombre, cuarentón callado con vestidos anticuados, controló que yo soy yo y me cobró 60 euros por un acto de diez minutos. Prefiero no imaginar lo que siente los que enfrentan este tipo de profesional por cuestiones más complicadas.
Ayer los chalecos amarillos organizaron el Acto nueve de su movimiento.
El viernes, el presidente galo, tal un bombero pirómano, dijo que demasiados franceses olvidaron el sentido del esfuerzo. Ayer, 84000 personas participaron a las manifestaciones, lo cual representa un aumento significativo de movilización. Además, el movimiento organizó un servicio de orden y la presencia de estos voluntarios limitó los actos de pura violencia.
Esta mañana caminé hasta el extremo norte de la calle de Aubervilliers en donde Pascal Boyart realizó una interpretación moderna de “la libertad guiando al pueblo”, cuadro de Delacroix representando un momento de la revolución de 1830.
¿La libertad guiando a los chalecos amarillos?