Son las 6:58.
Mi gata me despertó tempranísimo y despues de vaguear un ratito, me preparé a ir al trabajo.
A esta hora la ciudad todavía sigue semi dormida y hay poca gente y poco tráfico en la calle.
A esta hora, una puede arriesgarse a coger el autobus.
El conductor del día está en los cuarenta y según parece aprovecha la situación para darle caña al vehículo.
Entre los pasajeros, somos tres pinguinos perdidos, ladeando en las curvas, agarrados para aguantar los frenazos bruscos…
Todo pasa como si el conductor quisiera probar el tacómetro y averiguar que la manecilla todavía es capaz de superar algún límite…
Salida a las 6:58, llegada a las 7h23.
Normalmente el viaje tarda cuarenta minutos y puede alcanzar hora y pico si hay atasco. Es cierto que los carriles de autobus mejoraron la velocidad promedio de los autobuses, pero hoy creo que asistí a un récord.
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Cuando leí esta descripción una sonrisa apareció en mi rostro, parecía que hablabas de los autobuses de Buenos Aires, mi ciudad. Y acá no hay carriles para ellos… Te mando un beso y gracias por tu blog.