Cuando volví a París, después de la canícula, la temperatura de mi piso todavía era de 28 grados. Y a pesar de varias noches con unos 17 grados, la temperatura interior no bajó mucho y ahora tengo unos 25 grados… (contemplé la posibilidad de cambiar el ventanal, pero de momento no tengo el presupuesto).
Dediqué mi primer día a llenar la nevera, tema algo complicado por el cierre definitivo de mi frutero de siempre 🙁
En el bulevar al lado de mi casa, habían cortado el tráfico para desmontar una grúa escondida en medio de una manzana. Si las operaciones me parecieron bastante espectaculares, provocaron un caos de coches en busca de un itinerario alternativo, con el concierto de bocinas asociado.
Confieso que cuando vuelvo de vacaciones, siempre me asombra el ruido de esta ciudad.
El martes volví a la oficina, viajando con mi autobús de siempre. Desde la ventanilla pude constatar que falta poco para que las obras de la plaza de la Nación se acaben. No se como los parisinos se apoderarán de este lugar, pero la nueva disposición me parece más agradable.
En la oficina me esperaban varios expedientes y 900 mails. No sé quién dijo que las herramientas digitales mejorarían la productividad, pero cuando se te cae encima una masa de este tipo, no te parece tan evidente…
Por suerte no fueron malos conmigo y pude ponerme al día sin presión.
Para bien empezar con esta vuelta, al salir de la oficina, visité por varias tiendas y constaté que llegaba tarde para las rebajas: los productos realmente interesantes ya habían desaparecido.
También pasé por la zona del centro Pompidou y se nota que los turistas del verano ya habían llegado.
De momento, no me metí en largos recorridos, pero sólo es cuestión de unos días y de encontrar zapatos adecuados.
¡Hasta pronto!