Confinad@s

Este lunes empecé a calcular todos mis desplazamientos y a mantener a mi alrededor un espacio suficiente para evitar el contagio: eso significaba renunciar a los transportes colectivos y caminar. Por suerte, en mi instituto de siempre, me otorgaron una computadora portátil con VPN para que pueda teletrabajar.

Mi primer día de teletrabajo fue el martes.
La primera dificultad fue identificar la situación de todas las personas de mi departamento: algunos no pueden teletrabajar porque no tienen el material adecuado, algunos teletrabajan con herramientas del instituto, otros teletrabajan con su computadora personal, … Y también hay una que está de baja y otra que está de vacaciones…
La segunda fue explicar a la gata que no me quedé en casa para darle un masaje completo 😊

Entre dos sesiones de trabajo, intenté hacer algunas compras. Delante de los supermercados de mi barrio, por la mañana, se veían colas muy largas y renuncié a esperar. Por la tarde, constaté desde mi balcón que ya no había gente en el supermercado de enfrente y bajé para comprar algunos víveres.

El miércoles seguí arreglando todos los pequeños problemas laborales que aparecen cuando transformas por completo la manera de trabajar de la gente. De momento seguimos con varias interrogaciones, pero progresamos.
Ese día conseguí comprar algunos productos congelados que almacené en el congelador del vecino. Y como anda desocupado, se encargó de comprar frutas, huevos y pan. Por la tarde, encontré dos botellas de leche y me tranquilicé.
Ese día, a las veinte, varias personas se asomaron a su ventana para aplaudir a l@s médic@s y enfermer@s que luchan contra la epidemia.

Yo empecé a añorar mis largas caminatas y contemplé las posibilidades para alcanzar mi dosis de kilómetros.
Jueves, no podía más: a las seis de la mañana salí a la calle para caminar alrededor de la colina de Montmartre. Marcha rápida, a solas, demasiado corta, pero algo es algo.
Largas y densas horas de teletrabajo y la buena noticia del día: la tienda para mascotas estaba abierta y pude llenar la reserva de la gata. ¡No morirá de hambre!

El viernes, repetí el paseo de la madrugada, alargando el circuito. La sesión de teletrabajo del día fue muy complicada porque el equipo que tengo en casa no es tan ergonómico como el que tengo en mi despacho, pero sobreviví. Por la noche, a las veinte, los aplausos se hicieron más fuertes…

El sábado, seguí con el paseo de la madrugada. Cerca del metro Barbes-Rochechouart, ya estaban instalando el mercado, pero no me demoré. Comprar pan, caminar rumbo a la tienda de Larher para aguantar el encierro y repasar las actividades pendientes…
Y hoy domingo, si aparto la visita relámpago al supermercado de la otra acera, me pasé todo el día en casa, preparando el traslado de este blog.
La buena sorpresa es que de momento aguanto bastante bien la situación.

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