Después de una semana completa teletrabajando desde un pueblo con conexiones lentas y toque de queda a las 18, con gusto hice el viaje de vuelta a París. El tren salía después de las 18 y llegaba a la capital después del horario del toque de queda parisino, pero hice el último tramo del viaje en taxi así que nadie me controló. Además, este viaje en coche me dio la posibilidad de contemplar una imagen diferente de la ciudad.
Este viernes, a las nueve de la noche, pasamos por calles semi dormidas, con pocas personas circulando y casi todos los comercios cerrados, como si algún brujo hubiera transformado París en cualquier ciudad de provincia. Lo bueno fue que la carrera de taxi resultó a la vez muy rápida y barata.
Luego tocaba enseñar la casa a la nueva gatita, pero las dos “ancianas” lo hicieron muy bien.
Dediqué el sábado a visitar varias tiendas de mi barrio.
Si todos los comercios alimentarios superaron el segundo confinamiento, también noté algunos cierres definitivos, incluso en la parte burguesa de la colina de Montmartre. Y de momento, nadie sabe si los cafés y restaurantes podrán salir adelante.
También pasé por el mercado Saint-Pierre y me impresionó la cantidad de clientes en las tiendas de tejidos y mercerías… No sé qué idea tienen de la distanciación física pero no coincide con la mía así que no me quedé y volví a casa.
Hoy hice un largo paseo que me llevó a la plaza de la Bastille, en donde pude descubrir la nueva y ancha escalera que comunica la plaza y el puerto del arsenal. Si no exploré este acceso, me pareció muy acertado.
Luego pasé por la plaza de los Vosgos, muy concurrida por esta tarde soleada, antes de seguir rumbo al norte para volver a casa. Había gente por todas partes, como si los parisinos tuvieran ansias de sol y de libertad.
Yo siento bastante inquietud porque el proceso de vacunación tardará varios meses y de momento tengo la sensación de que algunos bajan la guardia prematuramente.
Yo seguiré viajando en mi autobús matutino semi vació y caminando para la vuelta.