Esta semana me otorgué un día de libertad en la capital.
Me marché de casa temprano, rumbo a la iglesia Saint-Ambroise. En el bulevar Magenta, noté que había mucha gente caminando y pensé que era uno de los cambios provocados por la pandemia para evitar el contagio.
Pronto giré a la izquierda para pasar por la calle de Lancry hasta el canal Saint-Martin, pero a estas horas no tenía mucha vidilla. Tampoco había mucha gente en las orillas del canal, pero ya se notaba mucho tráfico automóvil.
Di la vuelta al hospital Bichat para llegar a la avenida Parmentier. Por suerte las tiendas de ropa todavía estaban cerradas, así que no tuve que hacer muchos esfuerzos para resistir a las tentaciones. En esta zona, padres y madres estaban llevando a sus niños a la escuela y aprovechaban el momento para charlar con sus vecinos.
Al lado del jardín Maurice Gardette, varias personas empezaban el nuevo día, compartiendo un café con amigos, pero ya no tenía bastante tiempo para sentarme un rato.
Al salir de la primera cita de la jornada, caminé rumbo al norte para arreglar varios detalles domésticos, pero mi autobús de siempre no iba hacia el fin de línea por causa de un incendio, así que no hubo más remedio que seguir caminando.
Luego tuve que marcharme volando rumbo a la plaza Daumesnil en donde me esperaba una amiga para almorzar y saborear un helado en la tienda de Raimo.
En el restaurante, ya no te dan el menú, tienes que escanear un código QR con tu móvil y si escogiste la herramienta adecuada, el menú aparece en tu teléfono… Por suerte, el camarero todavía es capaz de enunciar la lista de platos disponibles…
En la tienda de Raimo, escogí tres sabores (rosa, lichi y frambuesa), todos muy ricos… y pudimos sentarnos en la terraza de la heladería para saborearlos.
Luego caminamos rumbo a la estación de Lyon de donde salía el tren de mi amiga.
Yo seguí la caminata del día rumbo a la plaza de la Bastille, pero hice un desvió por la calle Ledru Rollin. En esta calle, ya no existen algunas tiendas de muebles y decoración que me interesaban, pero todavía quedan algunos escaparates en donde puedes pillar ideas.
Después de saludar al genio de la columna, pasé por la plaza de los Vosges, en donde los árboles se desarrollaron bien y ahora tapan una parte de los edificios. Luego pasé por un pequeño jardín descubierto años atrás y cuya entrada se halla en la curva de la calle Villehardouin.
Escondido en medio de una manzana, este pequeño jardín proporciona un espacio muy agradable para olvidar un poco el ruido de la gran ciudad. Además, tiene una bonita colección de rosas, algunos bancos y varias zonas de césped en donde instalarse.
Luego me paré en algunas tiendas, y seguí de nuevo rumbo al norte para volver a casa.