Se nota que se acabaron las vacaciones de los parisinos. Por la mañana, aunque viaje por el primer autobús de la línea, ya se ve mucho tráfico automóvil. Y al atardecer, hay gente por todas partes.
En la larga calle Saint-Maur, las numerosas terrazas acogen de nuevo a sus feligreses, sin mascarillas y sin espacio entre las personas, pero controlando (teóricamente) los certificados COVID…
Yo pasé un momento muy agradable en una terraza tranquila a unas cuadras de la entrada del cementerio del Père Lachaise. Vida de barrio, en una zona que empezó a atraer turistas cuando inauguraron el “taller de las luces”, en un antiguo sitio industrial.
Encontré la misma profusión de terrazas en las calles de la colina de Montmartre y en casi todos los barrios que visité: los parisinos necesitan aprovechar los últimos días del verano para lagartear y cargar las pilas.
Yo hice varios recorridos, a veces con lluvia, incluso en las afueras de la capital en donde descubrí algunas colecciones impresionantes de enanos de jardín, así como una suntuosa rosaleda en donde noté algunas variedades muy bonitas.
Pero la actividad más parisina de la semana ocurrió esta mañana, cuando pasé por la plaza de las abadesas en donde habían organizado uno de estos mercados de segunda mano que tanto aprecio.
Entre muchos otros objetos noté un biombo de cuatro paneles y el precio que me anunciaron parecía razonable. Evidentemente intenté regatear, pero la dueña no quiso bajar su precio y lo acepté cuanto más fácilmente que no era exagerado. A lo largo del kilómetro y medio del camino de vuelta, pude apreciar el peso del objeto. En cuanto a las gatas, ambas examinaron el objeto y aprobaron mi adquisición.
¡Hasta pronto!