Unas semanas atrás, la RATP (sociedad de metros y autobuses parisinos) empezó a usar autobuses eléctricos en mi línea de siempre.
Mi primer contacto con esos vehículos nuevos ocurrió sobre las siete y media de la mañana, cerca de la plaza de la Nación. Ese día un vehículo eléctrico dejó de funcionar en medio de una cruz importante y el autobús que me transportaba no pudo seguir adelante. Todos los viajeros tuvieron que bajar y seguir caminando…
El pasado viernes pude viajar con este nuevo autobús y compararlo con los modelos de siempre.
Lo bueno es que este vehículo solo tiene dos niveles de suelo: una parte principal muy fácil de acceso (incluso para los ancian@s) y une parte más alta (probablemente encima del motor) cuyo acceso necesita cierta agilidad.
También diseñaron una organización de la planta baja más conforme a los usuarios de los autobuses: ahora cuenta con dos sitios para sillas de ruedas y dos sitios para los cochecitos. Por cierto, eso reduce el número de asientos disponibles para las demás personas, pero esas siempre pueden viajar en metro.
Ese día yo me instalé en la parte alta y la verdad es que con gusto contemplé la ciudad a través de las ventanillas traseras.
En algunos momentos, el ruido del motor se parecía al de la lavadora cuando empieza el centrifugado (por lo menos, así es como lo percibí), pero globalmente el vehículo es relativamente silencioso.
Esta misma semana, tuvimos un intercambio acerca de los vehículos eléctricos con algunos colegas ecologistas.
Si los motores eléctricos producen menos partículas que otros, queda la pregunta del modo de producción de la electricidad consumida, así como de la fabricación y del reciclaje de las imprescindibles baterías.
Finalmente, los vehículos eléctricos parecen imprescindibles esencialmente para los políticos y los fabricantes. Para los demás, quedan muchas dudas acerca de la mejora que proporcionan para nuestro ecosistema.
Ayer fue cuando empezaron las vacaciones de otoño. En la estación de Bercy se notaba una cantidad impresionante de viajeros. Y los empresarios del turismo indicaron que habían recibido una cantidad muy importante de reservas para estas semanas.
Mientras tanto, y para disfrutar de los últimos días soleados de octubre, hice un pequeño recorrido por la colina de Montmartre y me asombró la cantidad de visitantes que encontré en casi todas las calles de la parte superior de la colina.
Por suerte las gatas no se marcharon de vacaciones y siguen acompañándome.