Cuando llegué a París, varias décadas atrás, alquilé un estudio en una parte algo provinciana de las afueras de la capital. Este agradable refugio se hallaba a 20 minutos del centro de la gran ciudad y de mi instituto de siempre, pero a veces algunas compras exigían que explorara zonas menos acogedoras.
Eso ocurrió cuando quise comprar una piedra para el mechero que usaba en aquel entonces. Después de pedir ayuda en varios estancos, conseguí la dirección de una tienda que vendía estos productos, en una pequeña calle del distrito X.
Viajé en metro rumbo a la estación Bonne Nouvelle y caminé por la calle del Faubourg Poissonnière rumbo al norte. Al principio no ubiqué la calle que buscaba porque su extremo Oeste se parece a las demás puertas cocheras del vecindario. Pero escudriñando el mapa, encontré la solución y seguí por la callecita.
Confieso que al recorrer este barrio desconocido y muy animado sentí algo de intranquilidad. Pero encontré la tienda que buscaba, me atendieron muy amablemente y tenían las piedras de mechero que necesitaba.
Poco tiempo después de esta visita, alquilé un piso más grande a dos bocacalles de la calle Gabriel Laumain. Descubrí un barrio raro con muchas tiendas de peleterías y una importante comunidad turca. Pero el piso era muy agradable y la pizzería de en frente acogedora y barata.
Varias décadas después, volví a pasar por la pequeña calle Gabriel Laumain y contemplé su transformación.
Restauraron las fachadas y la pequeña plaza circular que se halla en medio de la calle. Los comercios dudosos desaparecieron y ahora alberga un hotel de cuatro estrellas y un taller del pastelero Christophe Michalak. La última huella de los tiempos antiguos es la tienda de máquinas de coser…
En cuanto al vecindario, también se transformó para acoger une población más adinerada y las tiendas correspondientes. ¡Otros tiempos, otras personas!