Después de tantas lluvias tuvimos algunos días de frio seco, perfectos para caminar al salir de la oficina.
El miércoles, me perdí por el nordeste de París. El tranvía me dejó al lado de la calle Saint-Fargeau, bordada de altos edificios con pocos comercios, muy parecida a una ciudad dormitorio. No tenía mucho tiempo, pero cuando andas por esta zona, las pocas estaciones de metro dan acceso a una línea secundaria y no tienes más remedio que viajar en el autobús que comunica varias zonas del nordeste. Mucha gente en el autobús, mucho tiempo para el trayecto… Yo me escapé cerca de la estación Rosa Parks, y al caminar por la calle de Aubervilliers, en obras, pude admirar el Sagrado Corazón justo a la hora azul del atardecer…
Aproveché los dos días siguientes para pasar por varias zonas de los distritos XVIII, XIX y XX y constaté con asombro que, de momento, la gente no empezó las compras navideñas.
Otro cantar fue al pasar por la zona de los grandes almacenes en donde los niños y sus familias estaban admirando las instalaciones navideñas.
En los escaparates de las Galerías Lafayette, pantallas de todos los tamaños reemplazaron las marionetas: más fácil de instalar, más barato, pero más ordinario y los niños ni miraron estas instalaciones.
Más adelante, el Printemps proponía escaparates más tradicionales, con duendes músicos, y había cola para contemplarlos.
Cerca de la iglesia de la Madeleine, constaté con sorpresa que Fauchon, empresa de comida gourmet, había cerrado los dos almacenes que tenía al lado de la iglesia. Y en la esquina de la plaza, el café Pouchkine permanece cerrado desde el confinamiento. Pero Ikea sigue abierto y a tope de clientes.
Luego caminé al azar rumbo a la calle Montorgueil y la galería del Gran Ciervo. Todas estas zonas me parecieron algo dormidas, y no sé notaba la frenesí consumista de otros tiempos.
A ver si eso cambia en los días que vienen…