Tras casi dos meses de teletrabajo e idas y vueltas, ya llegó el momento de volver a la ciudad de las luces para quedarse varias semanas.
El viernes fue cuando llegamos a casa al atardecer. Instalé los comedores y bebedores de las gatas, constaté que reconocían su territorio parisino, entonces las abandoné un ratito para hacer una primera sesión de compras y llenar la nevera.
La verdadera sensación de vuelta ocurrió el sábado.
Aproveché una mañana soleada para visitar las tiendas del mercado Saint-Pierre, poco después de la hora de apertura, buscando alternativamente un escudo representando una pata de gato y tela para cortinas. Si no encontré lo que buscaba, tardar entre los mostradores cuando las tiendas todavía no son concurridas es un auténtico placer y un acicate para muchos proyectos.
Al salir de las tiendas de tejidos pasé al pie del funicular en donde ya había cola para comprar un billete. Yo tenía mi abono de transporte así que pude pasar enseguida y colarme en el funicular como cualquier turista. Llevaba siglos sin hacer este viaje, y la contemplación del paisaje mientras subíamos me alegró el día.
Al llegar arriba, pasé por la plaza del Tertre y la calle Norvins que ya estaban a tope de turistas, antes de seguir rumbo abajo por la calle que bordea la viña.
Luego pasé por la tienda de mi pastelero preferido en donde compré algunos productos que espabilan las papilas…
Dedique la tarde a un largo recorrido rumbo a la plaza de la Bastille. De paso constaté que el patio de la calle Sedaine está cerrado con rejas y no se puede visitar. Mas adelante el café de los gatos sigue muy concurrido y hay gente haciendo cola para pasar un rato tomando café al lado de un gato…
Luego me perdí por las calles del distrito III antes de volver a la plaza de la República y de recorrer algunas calles del distrito X. Cuando volví a casa, mi podómetro ya marcaba casi 25000 pasos…
Hoy amanecimos con sol y con gusto visité el mercadillo instalado entre las estaciones de metro Anvers y Pigalle. Muchos trastos y mucha gente en busca de alguna ganga… pero los mostradores siempre te cuentan mucho de las historias de sus dueños.
Por la tarde visité mi tienda de bricolaje preferida y, al volver a casa después de 20000 pasos, tuve la satisfacción de sentir que por fin volví.