Se acercan las fiestas de fin de año y ya llega la hora de acabar con todas las cosas pendientes.
Para empezar, tenía que asumir una apuesta perdida y regalar castañas confitadas a unos colegas. Por suerte no tuve que buscar mucho ya que uno de mis pasteleros preferidos las prepara muy bien. Estas golosinas no me gustan mucho, pero las sonrisas golosas de mis colegas me confirmaron que era buena elección.
El día siguiente tocaba recuperar las cajas de Champagne que me correspondían en el pedido colectivo organizado por unos amigos. Confieso que recluté a un vecino para ayudarme a transportar las preciosas botellas y como tardaba en llegar en el punto de encuentro, aproveché el momento de espera para degustar un chocolate vienes riquísimo cerca del cementerio del Père Lachaise. Luego tocó probar un vino en casa de los amigos y mientras volvíamos a casa, el peso de las botellas se hizo muy leve.
El jueves, aproveché una jornada de trabajo a distancia para subir a la colina de Montmartre y contemplar la gran ciudad. Hacía mucho frío, así que las únicas personas que vi al lado del Sagrado Corazón fueron algunos barrenderos, los basureros y repartidores de la madrugada, así que los feligreses esperando la apertura de la basílica. Este paseo matutino me alegró el día.
Por la noche probé un nuevo pastel construido a partir de macarrones de pistacho y crema de café y cuya forma me llamó la atención. Me pareció muy bonito y además resultó muy sabroso.
Y por fin ayer superé la prueba de los pedidos de comida para las noches buena y vieja. Quedaran varias compras por hacer, pero ya reservé los elementos esenciales. Creo que sobreviviré 🙂
Ahora puedo descansar un poco y contemplar otra vez la ciudad de las luces.