Llevaba siglos sin tomar el tiempo de pasear por esta zona muy especial del distrito XIX y los azares de los intercambios de objetos de segunda mano me llevaron muy cerca de este barrio y me dieron la oportunidad de recorrerlo de nuevo en solitario.
Por cierto, había planeado un itinerario optimizado de subidas y bajadas bastante exigente, y acabé arrastrándome por los suelos, pero merecía la pena.
La primera noticia buena es que a ningún promotor se le ocurrió la idea de transformar las pequeñas casas de las callecitas en construcciones más considerables. Pero el subsuelo de canteras y los derrumbes constatados de vez en cuando en estos casos limitan estos delirios.
La segunda notica buena es que todas estas casas son globalmente bien mantenidas y en algunos casos, muy bonitas.
En algunas “villas”, las viejas casas obreras fueron transformadas en casas de arquitectos, pero si se nota el dibujo de un profesional, no lastiman la sensación global.
Al pasear por estas villas, noté que en las zonas más opulentas las casas se esconden detrás de una vegetación impresionante o de placas de metal pintadas de verde. Las casas más modestas dejan ver algunos objetos o una pintura decorativa.
En algunas partes, me impresionó el contraste entre las casitas modestas de dos plantas y los altos edificios de la plaza de las fiestas. En otras, me encantaron las perspectivas hacia el norte de París y las torres de Flandes.
Pero también me alegró constatar que una callecita admirada en otros tiempos conservaba su encanto de siempre.